jueves, 25 de septiembre de 2014

Tsutomu Miyazaki, el asesino otaku

Creo que para empezar cualquier sección lo mejor que se puede hacer es hablar de lo más llamativo de su género y, en el caso de Historia negra de Japón, presentar lo "idóneo" sería acudir a lo más oscuro. Tsutomu Miyazaki (宮﨑 勤), también conocido como el Asesino otaku o el Asesino de niñas, sería un buen ejemplo de ello. Tenemos ante nosotros uno de los quizás más tristemente célebres asesinos en serie de Japón y, aunque no es mi intención poner jamás imágenes perturbadoras en los artículos de este especial, he de advertir que lo que se está a punto de leer no es para nada agradable.

Cuando redacté este artículo el párrafo que ahora estás leyendo no constaba pero me pareció justo y necesario ponerlo. Los hechos ocurridos en esta muestra de la más baja y asquerosa brutalidad inhumana no son motivo de risa ni de admiración. Odio, repito, odio a todas aquellas personas que realizaron casos similares y me atrevería a decir que a todas las que aparezcan en la sección Historia negra de Japón con el papel de verdugo, además de sentir mi más absoluta pena por las víctimas y por los familiares y amigos de estas y mandarles, hayan pasado 10 o 200 años, mi más profundo y sincero pésame. Cualquier persona que lea esto con la intención de disfrutar imaginando como sería ser, en este caso, el horrible y asqueroso ser de quien voy a hacer la biografía, debería parar de leer porque no encontrará más que mi más absoluto desprecio y rechazo por personas de tan baja calaña. No voy a repetir este párrafo en cada uno de los artículos, obviamente, pero que sirva de aliciente para que la gente olvide su admiración por personajes tan tristes y brutales de la historia "humana". Comencemos con la materia.

La mala suerte hizo que Tsutomu naciese con una deformidad en sus manos que no le permitía girarlas, pues estaban unidas y retorcidas en torno a su muñeca, por lo que tenía que mover todo el antebrazo para realizar los movimientos más básicos con ellas. La excluyente sociedad japonesa (y global, para qué engañarnos) le hizo sentirse mal por su deformidad y tendió al ostracismo en su época en el Colegio de Primaria Itsukaichi (Tokio). Fue un gran estudiante durante un tiempo hasta que decayó por motivos desconocidos que le evitaron entrar en la Universidad Meiji, una de las más prestigiosas instituciones privadas del Japón. Sus sueños de ser profesor de inglés se esfumaron y acabó haciendo un curso de fotografía.

A mediados de los años 80 volvió al hogar paterno, en la ciudad de Itsukaichi, donde su padre tenía un periódico aunque, como diría tras su detención, a él no le interesaba eso, solo quería "hablar de sus problemas" con sus padres aunque creía que le ignorarían como habían hecho de pequeño, su madre dándole regalos para no sentirse tan mal consigo misma y su padre pasando de él directamente. Aquello lo inclinó al suicidio.

La cosa no iba mucho mejor con sus hermanas, que lo tildaban de raro y asqueroso, pero su abuelo, por su parte, sí que se preocupaba por él. Ciertamente una de sus hermanas estaba harta de Tsutomu pues lo había pillado in fraganti mirándola mientras se duchaba y, al recriminarle, este la había atacado y lo mismo con su madre cuando lo riñó tras el incidente.

Se comenta que, hasta este punto, había utilizado la violencia llegando al asesinato al menos en dos ocasiones con un perro, al que ahogó con sus propias manos, y a un gato, al que eliminó con la macabra técnica de meterlo en un saco y tirarlo al río. Habría habido al menos otro conato de asesinato hacia otro felino.

La muerte de su abuelo crearía un punto de inflexión en su vida ya que, como vimos antes, era el único que lo tenía en cuenta. De hecho, para "mantener algo de él", consumió sus cenizas tras su incineración. Así fue como su personalidad, entre depresiones, se enredó aún más.

Según un compañero del instituto, parece ser que Miyazaki estaba acomplejado por el tamaño de su pene y estaba bastante asustado de las mujeres mayores por lo que para encontrar algo de "consuelo" acudía a las cintas de vídeo para adultos y a fotografiar a jóvenes tenistas. Empezaría a consumir pornografía infantil a los 21 años, en 1984, obtenida a través de pequeñas redes clandestinas de pedófilos y pederastas formadas por, como se suele decir, lo mejor de cada casa.

Cuatro años después se demostró lo que muchos opinamos al respecto de las implicaciones de la "regularización" de la pedofilia. Llegó un punto en que los vídeos no eran suficiente, quiso probarlo en carne propia y vaya si lo hizo, además de la manera más brutal y degenerada posible. Para evitar repetir datos recurrentes creo que es debido referir que los asesinatos ocurrieron siempre en la zona de Saitama y todos fueron a través de ahogamientos con sus propias manos.


Los asesinatos


Miyazaki empezó sus macabras andadas con el secuestro de una niña de cuatro años de edad llamada Mari Konno (今野真理). El 22 de agosto de 1988, tras su 26 cumpleaños, localizó a la pobre Mari mientras jugaba en casa de una amiga indicándole que se subiera con ella a su coche, un Nissan Langley (versión japonesa del Almera español) de color negro. Condujo hacia el oeste de Tokio hasta una zona boscosa bajo un puente y allí se sentó con la niña a la que asesinaría a sangre fría media hora más tarde.

Su corrupción mental era tan grande que su mezcla de psicopatía y pedofilia haría que cualquiera con dos dedos de frente sintiera asco al simplemente imaginar los hechos que ocurrieron a continuación. Miyazaki violó su cadáver y lo abandonó en una colina cercana a su propia casa. Se quedó con su ropa como trofeo y se fue. Dejaría así pudrirse lentamente su cuerpo para posteriormente arrancarle las manos y los pies, que guardó en su propio armario. El resto de los huesos los quemó en su horno hasta que se redujeron a cenizas y, en la más absoluta chulería propia de un degenerado de su nivel, las guardó en una caja con algunos de sus dientes y fotografías de la ropa de la niña, además de una postal en que escribió: "Mari. Incinerada. Huesos. Investigar. Probar". Posteriormente mandaría esos elementos a la familia de la niña.

Como no era suficiente con una pobre chica, menos de dos meses después, el 3 de octubre de 1988, Miyazaki secuestraría a Masami Yoshizawa (吉沢正美) de tan solo siete años de edad. Como un buen depredador ávido de sangre y perversión, mientras conducía por una carretera rural, el Asesino otaku avistó a esta chica a quien le ofreció llevarla a casa. Masami cometió el error de aceptar aunque, como veremos después, quizá haberse resistido no hubiese valido de nada. La llevó a donde mató a Mari Konno e hizo lo mismo con ella, llevándose su ropa con él. Sin embargo esta vez se asustó porque su cadáver tuvo un reflejo y se movió mientras complacía sus mórbidos deseos. La dejaría a 100 metros del cuerpo de la primera víctima.

Su tercera víctima fue Erika Namba (難波絵梨香), de nuevo, como en el caso de la primera, de cuatro años de edad. La secuestraría el 12 de diciembre de 1988 cuando ella volvía de casa de una amiga pero esta vez fue forzada a entrar en el coche. Condujo hasta un aparcamiento aislado y la obligó a desnudarse en el asiento trasero para sacarle fotografías. Tras asesinarla le ató las piernas y los brazos por la espalda y la cubrió con una sábana para llevarla posteriormente metida en el maletero. Tiró la ropa en un bosque y su cuerpo en un aparcamiento cercano. De nuevo volvió a enviar una postal críptica a su familia, esta vez usando letras que había recortado de revistas. En este caso decía: "Erika. Frío. Toser. Garganta. Descanso. Muerte".

Para bien de futuras posibles víctimas pero para mal de quien tuvo la mala suerte de ser la última que cayó en manos de este degenerado antes de ser capturado por la Policía, Miyazaki tomaría como última rehén y objetivo de sus degenerados impulsos a Ayako Nomoto (野本綾子), de solo cinco años el 6 de junio de 1989. Cuando ya podría haber parecido que la horrible matanza había terminado, el asesino de niñas convenció a Ayako de que se dejase hacer fotografías. La llevó hasta su coche y, siguiendo su mórbida costumbre, la asesinó a sangre fría. Al igual que a Erika, la cubrió con una sábana y la llevó a su apartamento.

En este caso, como suele ocurrirles a los asesinos seriales, no le valía con asesinarla y violar su cadaver. Sintió la necesidad de tomarle fotos a su cuerpo muerto y realizó actos sexuales depravados con su victima por dos días completos, además de grabarlos en vídeo. Al ir descomponiéndose la desmembró y abandonó su torso en un cementerio y su cabeza en una colina. Guardó, como en el caso de Mari, sus manos pero en este caso bebió su sangre y las comió en parte. Para no ser capturado por la policía, recuperó las partes que había abandonado y las guardó en su armario. Supongo que esa es la lógica que maneja un loco.


Arresto, juicio y ejecución


El 23 de julio de 1989, cada vez dando menos tiempo entre agresión y agresión y demostrando un aumento de su perversión y sadismo, Miyazaki intentó insertar un objetivo zoom de una cámara fotográfica ¡en la vagina de una niña en edad escolar en plena calle! En este caso hubo la suerte de que el padre de esta menor lo cogió in fraganti y huyó desnudo a pie. Al volver a por su coche fue arrestado por la policía.

En este momento, en parte por la participación de la prensa amarilla (es decir, la que no es seria), el "asesino de niñas pequeñas" pasaría a ser el "asesino otaku". En su casa se descubrieron más de 5000 cintas de vídeo con anime y películas slasher, además del metraje de sus mórbidas actividades. Aprovechando esta circunstancia y el pánico social con los aficionados a este género, la policía y la prensa se restregaron mutuamente las manos porque sabían que ayudaría a conseguir la pena capital, según el crítico Fumiya Ichihashi. De hecho, Eiji Otsuka, especialista en el caso, dijo que su colección de pornografía, tanto animada como de imagen real, centrada en su mayoría en temario violento, pudo haber sido añadida a posteriori para demonizarlo aún más y, de paso, condenar a la cultura otaku como aficionada a ciertas perversiones que supuéstamente podrían degenerar en esa violencia desmesurada.

El juicio empezó el 30 de marzo de 1990 y su defensa fue ofrecida por el Estado pues su padre rechazaría pagarle un abogado. Además su depresión por tal circunstancia le hizo suicidarse en 1994.

Originalmente intentó echarle la culpa al Hombre Rata, un alter ego que le forzaba a matar. Incluso hizo una serie de tebeos sobre él. Al no creerlo nadie y tener presente la crudeza de los asesinatos fue condenado a muerte en 1997, confirmada por el Tribunal Supremo de Tokio en 2001 y por la Corte Suprema de Justicia en 2006. Antes de morir diría que sus asesinatos fueron "actos de benevolencia", demostrando que era un desgraciado y que fue totalmente consciente de lo que hizo. Sería ajusticiado por ahorcamiento el 17 de junio de 2008.

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